He leído, mejor escrito “devorado”, el libro Transgénicos ¿de verdad son seguros y necesarios? Muy nutritivo pues su autor, el ingeniero agrónomo y profesor de Química agrícola José Ramón Olarieta, escribe un ensayo breve y concreto, además de muy documentado, en el que desmonta punto por punto todos los mitos y demagogias varias que rodean a los alimentos transgénicos. Le entrevisto y ya veréis cómo alimentan sus palabras.
-Profesor Olarieta, ¿por qué los alimentos transgénicos no acabarán con el hambre en el mundo, principal argumento de sus defensores para promocionarlos?
Porque el hambre y la malnutrición “sólo” son un síntoma del problema real, que es el sistema socio-económico capitalista en el que vivimos.
Acabar con el hambre en el mundo ya fue la promesa de la la llamada Revolución Verde y 50 años después la cuestión todavía está pendiente, entre otras razones porque esta “revolución” fue un velo para tapar y desactivar las demandas de reforma agraria que se extendían en aquel momento por muchos países, igual que ahora los transgénicos mantienen el espejismo tecnológico de un futuro mejor para no afrontar los problemas socio-económicos de fondo.
Y en definitiva, porque los datos demuestran que no es así. En Estados Unidos, país donde más se cultivan transgénicos, el hambre ha aumentado desde 1996, fecha en que se comenzaron a cultivar comercialmente estas variedades, hasta nuestro días.
-Hay quienes argumentan que la mejora genética de los cultivos se ha hecho siempre, ¿cual es la diferencia con los transgénicos?
Con los transgénicos hay un salto cualitativo respecto a la mejora de variedades “tradicionales”. Y sin entrar en detalles más técnicos, hay dos cuestiones que lo demuestran. Por un lado, si uno de los lemas del discurso pro-transgénicos es que con estas variedades podemos conseguir cosas que con la mejora “convencional” no se podía, esto demuestra, ya de por sí, que hay un cambio cualitativo de una tecnología a otra. Y por el otro, los transgénicos están sometidos a un sistema de patentes, que implica, necesariamente, que hay algo totalmente novedoso en las variedades transgénicas, porque, de otra manera, no podrían acogerse a una patente.
-Para rebajar de algún modo el valor de la agricultura ecológica nos dicen que su producción es menor que la convencional y/o convencional ¿es esto cierto, por qué?
Los rendimientos, medidos como peso de cosecha por unidad de superficie, son, en general, mayores en la agricultura convencional que en la agricultura ecológica. Pero esta comparación, por un lado, es muy reduccionista si se queda únicamente en los kilos producidos por hectárea, ya que hay muchos otros criterios con los que evaluar un sistema agrícola, como la fijación de carbono en el suelo o el uso de energías fósiles y pesticidas y en los que la agricultura ecológica es más eficiente que la convencional.
Y por otra parte, esa comparación no se realiza en igualdad de condiciones, ya que la cantidad de dinero y recursos que se han destinado y se destinan a la investigación en agricultura convencional es muchísimo mayor que la que se dedica a la agricultura ecológica.
-También nos cuentan que los cultivos transgénicos necesitan menos fitosanitarios, menos productos químicos tóxicos que los cultivos convencionales ¿es cierto?
No. Los transgénicos tolerantes a herbicidas han hecho aumentar el uso de estos productos y en el caso de los transgénicos productores de insecticida, existe la trampa de que no se usan tantos insecticidas pero porque la planta ya los produce ella sola, con lo que la carga de insecticida en el medio no disminuye e incluso, puede que aumente en el futuro si se generalizan los transgénicos productores de varios insecticidas.
-¿Hasta qué punto el lobby, las puertas giratorias y los conflictos de interés con las empresas biotecnológicas condicionan las agendas internacionales en alimentación?
Como en todos los temas, es el capital el que determina el tipo de agricultura y el tipo de alimentación que se desarrolla, así como el tipo de investigación que se realiza en estos temas. Y las instituciones sólo son la correa de transmisión de esos planteamientos.
-Existen alimentos “funcionales” hechos con transgénicos, ¿qué ejemplos podría ponernos y cual es el problema de los mismos?
El término “alimento funcional” tendríamos que desterrarlo de nuestro vocabulario porque parece indicar que hay alimentos que no son funcionales, lo cual es una contradicción porque, por definición, un alimento alimenta y por tanto, es funcional. Lo que pasa es que el término alimento funcional sólo se aplica a alimentos que han sido sometidos a algún proceso industrial dando así la impresión de que los alimentos que vienen directamente del agricultor “no son tan buenos” como los que han pasado por las manos de la industria.
En cualquier caso, no existen alimentos funcionales transgénicos. Se ha hecho mucha demagogia con el llamado “arroz dorado” (un arroz transgénico enriquecido en vitamina A) pero todavía no se puede cultivar porque está en fase de investigación, como les pasa también a variedades transgénicas de maíz enriquecidas en vitaminas y minerales.
Una vez más parece que se nos quiere hacer creer que la única manera que tenemos de conseguir esa vitamina A es introduciéndola artificialmente en el arroz o el maíz, cuando ya tenemos muchos cultivos (los de hoja verde) e incluso variedades de arroz, ricas en vitamina A o en las diferentes vitaminas y minerales que necesitamos.
Una vez más la pregunta que tendríamos que hacernos es porqué hay poblaciones tan marginadas que no pueden acceder a una alimentación completa y en condiciones. La respuesta no tiene nada que ver con que el arroz pueda tener más o menos vitamina A y lo que nos ofrece la biotecnología parece más bien un ejercicio de cinismo si lo que pretenden es que las clases más marginadas puedan sobrevivir comiendo sólo arroz o maíz.
-Usted hace una acusación muy dura: “esta tecnología [los transgénicos] ha sido incapaz de dar ninguna variedad que solucione ningún problema significativo”, ¿puede explicarlo?
Hasta ahora prácticamente sólo existen transgénicos tolerantes a herbicidas y/o productores de insecticidas. Y ninguna de estas dos características tiene interés social. Los transgénicos tolerantes a herbicidas sólo facilitan el uso de herbicidas, con los riesgos que eso supone desde todos los puntos de vista y los transgénicos productores de insecticidas sólo le evitan al agricultor tener que comprar el insecticida. Pero más allá de eso no tienen ninguna utilidad.
Las promesas tantas veces repetidas de transgénicos resistentes a la sequía o a los suelos pobres no se han materializado nunca ni están en perspectiva. Por el contrario, se han obtenido decenas de variedades con estas características mediante métodos de mejora convencionales, con lo que se muestra que la llamada ingeniería genética es menos eficiente que la mejora convencional.
-Parece ser que la calidad de cultivos transgénicos se ha documentado que es peor que los mismos en convencional ¿es así, puede poner algún ejemplo? ¿Por qué hay agricultores que usan transgénicos entonces?
La “calidad” es un término demasiado general. Pero, por ejemplo, se está abandonando el cultivo de algodón transgénico en Burkina-Faso porque la calidad de la fibra de algodón es peor que la de las variedades tradicionales y tienen muchos problemas para venderla.
En el caso del maíz transgénico MON810 que está autorizado para su cultivo en Europa se ha comprobado que ya no tiene algunas proteínas que tenían las variedades originales y que, en cambio, contienen proteínas nuevas que, en algunos casos, se sabe que son “conocidos alergénicos”.
Las razones por las que los agricultores utilizan transgénicos son variadas. En África parecen estar relacionadas con las mayores ventajas que tienen por parte de las empresas que les compran la cosecha (en forma de créditos, por ejemplo). En la India permitieron al principio solventar el problema de las plagas producidas por la Revolución Verde, pero ahora se encuentran con que las plagas se han hecho resistentes a los insecticidas producidos por los transgénicos y el problema se ha reproducido… Y en el Valle del Ebro el maíz insecticida es el cómplice necesario para poder cultivar maíz cada año en cosechas tardías, el justificante, en fin, de una agricultura que pierde el norte.
-Nos intentan hacer creer que esta tecnología es la única basada en la ciencia pero usted escribe que carece de esa base científica, ¿cómo puede ser si las compañías no paran de ofrecer estudios publicados que supuestamente avalan sus actividades?
La ausencia de esa base científica es tan clara como que el maíz MON810 no tiene todos lo genes que teóricamente tendría que tener y a pesar de ello, “funciona”. Incluso el gen teóricamente responsable de que sea capaz de producir el insecticida Bt no está entero, pero el maíz produce este insecticida.
Si los transgénicos se empezaron a cultivar en EE.UU. en 1996 y en Europa en 1998, en 2007 todavía “no encontramos una explicación adecuada a las diferencias detectadas” entre el maíz MON810 y su variedad convencional, según un grupo de científicos que estudiaron el tema. Y hoy en día, todavía estamos igual. Recientemente, un intento de producir el arroz dorado en la India ha acabado produciendo variedades enanas y con raíces deformadas, sin que se sepa porqué. En definitiva, aprendices de brujo.
-¿Tan difícil es la coexistencia de cultivos convencionales, ecológicos y transgénicos; tan fácil es que estos últimos contaminen al resto?
No es difícil, sino imposible y por eso hemos perdido el cultivo de maíz ecológico en el Valle del Ebro. Ha habido ya muchos casos de contaminación de la cadena alimentaria por transgénicos, algunos incluso a partir de pequeños campos de investigación supuestamente muy controlados, otros por transgénicos que nunca se han llegado a cultivar comercialmente.
Y la contaminación se produce en todos los eslabones de la cadena de producción, empezando por la semilla, pasando por los campos de cultivo y acabando en el transporte y almacenamiento. También en la fabricación de piensos. Incluso en un país como Suiza, en el que está prohibido el cultivo y la importación de transgénicos, ya existen poblaciones de colza asilvestrada transgénica a lo largo de carreteras y vías de tren. Y en Estados Unidos llevan 15 años intentando eliminar sin éxito una gramínea transgénica tolerante a glifosato que se “escapó” de unos campos teóricamente controlados y se ha expandido por varios estados.
-¿Es interesada la “guerra de estudios científicos” pro y críticos con los transgénicos, sobre todo en lo referido a su seguridad? Porque parece claro que existe “siembra de dudas” en la población por parte de los científicos de las multinacionales agrarias transgénicas.
Son interesados los ataques premeditados y sistemáticos que han recibido los científicos que han realizado estudios que muestran los problemas de los transgénicos. Estas campañas se han ido repitiendo desde el año 1999, en que se crucificó al profesor Pusztai, hasta el 2012-13 en que consiguieron que una revista científica retirara un artículo del grupo científico del profesor Séralini publicado una año antes, a pesar de que el editor de la revista reconoció que no había nada incorrecto en los datos o en el artículo.
Con posterioridad, se ha sabido que ese editor estaba recibiendo dinero de Monsanto en aquel momento. En cualquier caso, el objetivo ha sido siempre esconder la escasa base científica de los transgénicos y sus múltiples problemas y riesgos una vez puestos en el campo y evitar cualquier sombra de duda que pudiera haber sobre ellos.
-¿Qué es y cómo puede explicarse se manera sencilla CRISPR o herramienta para la “edición genética”? ¿Cuales serían los usos más “perversos” que las compañías biotecnológicas están intentando darle?
Consiste en introducir en la célula moléculas de ARN y de la enzima “Cas”, de manera que aquéllas son capaces de “reconocer” genes de la célula que se quieren cambiar o eliminar completamente. La enzima entonces “corta” el genoma allí donde está ese gen. También se podrían añadir genes nuevos de esta manera. Se está hablando mucho de utilizar esta técnica para producir “impulsores genéticos” con el fin de eliminar especies invasoras, por ejemplo.
Se trataría de modificar el genoma de esa especie invasora produciendo un rasgo perjudicial para la especie de tal manera que este rasgo fuera heredado por todos los descendientes. Los riesgos que semejante operación tienen una escala global y las posibles consecuencias pueden ser catastróficas.
-Comenta usted que no hay garantías en los procesos de aprobación de los alimentos transgénicos ¿cómo puede ser eso?
Porque como se ha comentado antes, las instituciones sólo actúan como correas de transmisión de los intereses del capital. No han tenido ningún reparo en ir aprobando transgénicos sin tener la mínima información exigible sobre su funcionamiento. El maíz MON810 se aprobó en 1998 sin tener ni un sólo ensayo en Europa que midiera su posible rendimiento ni su comportamiento frente a la plaga que dice controlar y evidentemente, sin ningún estudio que analizara su posible toxicidad a largo plazo.
En 2004 todavía sabíamos “demasiado poco sobre su comportamiento en el campo”; en 2007 los científicos de la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria todavía mantenían que los genes nuevos introducidos en los transgénicos no podían pasar a la sangre porque se degradaban en el aparato digestivo, cuando en 1997 ya se había demostrado lo contrario; en 2008 nadie había estudiado todavía el posible efecto de ese maíz sobre una mariquita muy importante en el control biológico de plagas. Así toda la negligencia que se quiera, por no decir complicidad en el delito.
-¿Estamos hoy en día comiendo transgénicos sin saberlo?
Sí, porque muchos alimentos pueden contener una cierta proporción de transgénicos sin la obligación de reflejarlo en la etiqueta y porque los productos ganaderos obtenidos de animales alimentados con piensos que contienen transgénicos no son etiquetados en ningún caso.
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